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Javier Sánchez de Dios
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A estas alturas, sobre todo después del pulso entre el señor Feijóo y don Pedro Sánchez por la iniciativa fiscal –y que, si hubiese sido un combate de boxeo, el líder de la oposición habría ganado, en opinión personal, por muy amplio margen de puntos: su adversario se limitó a hacer, con retraso, lo que planteaba su contrincante, pero al más puro estilo sanchista: primero lo descalificaba sin motivo y luego lo copiaba–, casi nadie discutiría si alguien dijese que los impuestos son de algún modo como un ascensor. Es decir, que suben o bajan en función de lo que le interese al que aprieta el botón.
Al contribuyente se le reserva un papel pasivo y–naturalmente– pagano, mientras le dan ocasión de defenderse cada cuatro años, aunque sea con defensa raquítica que una mayoría de gente del común cree inútil vote lo que vote cuando la llaman a las urnas. Y es que parece un hecho demostrado que quienes aspiran a gobernar tras las elecciones dicen lo que sea preciso para intentar la victoria. Pero en cuanto la logran, olvidan buena parte de sus promesas y compromisos. Uno de los pocos que lo reconoció fue el profesor Tierno Galván, aunque lo hizo, eso sí, después de ser elegido alcalde de Madrid tras ingresar su partido, el PSP, al PSOE.
Don Enrique dijo aquello –ya en la Alcaldía de la capital, eso sí– de que “las palabras que se pronuncian durante las campañas electorales” eran de las primeras que se llevaba el viento. O algo parecido en el mismo sentido, y que apenas era un paliativo para las decepciones, sobre todo las que llegan tras contar los votos.Y viene a cuento, lo expuesto, de la polémica, aún no cerrada, sobre quién es más “social”, si el Gobierno o la oposición. Aquel habla de que bajar los impuestos es “populista” –la ministra de Hacienda, en un frenesi retórico, habló de “darwinismo político”, y sus rivales que aumentarlos es “suicida”. Curiosamente, ambos juegan con las cartas marcadas.
El truco quedó en evidencia durante la llamada “guerra fiscal”. El presidente Sánchez baja parte de los impuestos que decía el señor Feijóo, pero no actualiza el IRPF, sube el IVA en no pocos productos y aumenta, sin aviso ni negociación previa, las cotizaciones de los trabajadores a empresarios y autónomos: a estos en concreto, con el “método Moncloa hoy”: promete una cosa y hace la contraria. A Galicia –¡cómo no....!– le supone un torpedo en su línea de flotación, porque un sector clave de su economía lo integran y cohesionan estos emprendedores. Otro “favor” a este país; veremos qué dicen sus representantes.
Claro que, como en todas partes cuecen habas, la oposición –básicamente el PP, plantea rebajas de determinados impuestos– el de sucesiones, el de Patrimonio y retoques –o “adaptación”, depende de cómo se mire– en el tramo autonómico de IRPF. Y suena muy bien, pero a la vez, hay gobiernos populares, sin ir más lejos Galicia, que aumentan sus ingresos, proporcionalmente. del mismo modo que avisan al PSOE de hacerlo –gracias a que la inflación se dispara y los precios suben y aunque el IVA baje, la caja pública se llena igual–. La Xunta de Galicia, además, usa otro método: aplica otro catastrazo cuando le parece oportuno, aumenta el valor de los bienes inscritos obligatoriamente en ese registro y, ale hop, más cuartos a la faltriquera pública; pero, como es obvio, a cuenta del contribuyente. Del mismo modo que durante mucho tiempo se cobraba la plusvalía –que como su propio nombre indica significa vender algo por más de lo que se compró– aunque la compraventa se hiciera, sobre todo durante las crisis, perdiendo dinero. De ahí que se haya dejado escrito lo de las cartas marcadas: un modo de hablar, aunque a veces exacto.
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