Diario de una becaria en Bruselas - EL GENERACIONAL

2022-10-08 18:13:55 By : Mr. xiujian Yao

Hace algo más de un mes que llegué a Bruselas. Una ciudad sobre la que me advirtieron muchas veces que era fría y llovía demasiado. No quiero parecer borde, pero a mí el clima me daba igual. Cuando era pequeña quienes me conocen saben que lloraba viendo el telediario. Siempre lo cuento, pero es tan cierto como que estoy escribiendo estas líneas desde la cafetería de la planta 3 en el edificio de Spinelli del Parlamento Europeo en Bruselas.

Y que, ¿por qué lloraba? Porque no entendía que hubiera familias que no llegaran a fin de mes, que los ricos fueran cada vez más ricos y que el lugar que te veía nacer fuera indicativo para marcar las oportunidades que tendrías el resto de tu vida.

Yo nací en una familia humilde, en un pueblo pequeño de la ribera de Navarra llamado Funes. Fui la primera en estudiar una carrera universitaria y también en mudarme a Madrid (como la mayoría de jóvenes que conozco que buscan hacerse un hueco).  No seréis vosotros los primeros en negarme la creencia de que “o vives en la capital o no existes”. Nos equivocábamos.  Hay vida mucho más allá de Madrid. Mi vida ahora, y por unos meses, está en Bruselas. Quizás huimos de nuestra casa sin saber que cuanto más lejos vas, más cerca te sientes de tu pueblo, de sus calles y de su gente. En mi oficina tenemos un pañuelo rojo de San Fermín. No hay día que no gire mi silla para verlo y sentirme orgullosa de venir de ahí.

Y diréis que muy bonito todo lo anterior, pero que qué hago yo en Bruselas. Trabajo con Adriana Maldonado, una eurodiputada socialista, que no es porque sea mi jefa, pero desde que se levanta hasta que se acuesta está pendiente de todo. No todos los políticos son iguales. Y bueno, quizás eso explique que a sus 32 años estemos celebrando que se ha aprobado la directiva europea, en la que ella ha trabajado, sobre el cargador único. Que, ¿qué significa esto? Olvidaos de tener 1234 cargadores para cada cosa, que a partir de 2024 solo habrá un tipo (si antes no se apuesta por el inalámbrico, que habrá que verlo).

Mi día a día podría resumirse en que me levanto pronto, me peleo por encontrar un fuego libre (vivo con 11 personas), ando 40 minutos hasta la oficina. No, no es tanto. Por el camino paso por el Parque del Cincuentenario que, si venís a Bruselas, os lo recomiendo mucho. Ayudo a Adriana en todo lo que me pide y en todo lo que se me ocurre. A media mañana chapurreo francés para pedir un café. Sigo con mis funciones de becaria. Pausa para comer, a las 12:00 que estamos en Bélgica, y continúo hasta que veo caer el sol. Si lo hay, o en su caso, las nubes.

No es por nada, pero es un sueño para mí, y honestamente lo sería para cualquier becario. Creo que no hace falta que os cuente las prácticas tan precarias que encuentras por ahí. Aprender de la política europea desde dentro, correr por los pasillos (si tu jefa corre, tú corres) y coincidir con quién sabe quién en el ascensor. Reuniones para intentar cambiar las cosas. Escuchar a la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, o al Secretario General de la OTAN. Ver la cara de felicidad de la gente a la que acompañas en su visita a la casa de los europeos. Y conocer a Laura y Adrián, que, sin ellos, esta experiencia tendría menos sentido.

Si no fuera por la comida, ya os aviso, que me quedaba aquí a vivir. Así que como podéis ver, tengo motivos para que me dé igual la lluvia.

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